viernes, 13 de noviembre de 2009

LOS RIESGOS EN IRAN‏

John Meacham

El 2 de noviembre de 1945 —día de todos los santos en la tradición católica— J. Robert Oppenheimer habló a un grupo de científicos en Los Álamos. “Las guerras cambiaron”, dijo. “Me queda claro que si estas primeras bombas —la bomba arrojada sobre Nagasaki— pueden destruir 16 kilómetros cuadrados, es algo realmente increíble. Me queda claro que van a ser muy baratas si alguien quiere fabricarlas”. Oppenheimer acertó: las armas nucleares no son particularmente baratas, pero los conocimientos, una vez que fueran liberados, no podrían ser contenidos. Esto era una preocupación persistente entre los científicos que dieron vida al Proyecto Manhattan, entre quienes estaba Albert Einstein, y que en 1939 le escribieron a Franklin D. Roosevelt, entonces presidente de EE. UU., sobre bombas “extremadamente poderosas de un nuevo tipo”. (El libro ganador del premio Pulitzer “Prometeo estadounidense”, de Kai Bird y Martin J. Sherwin, es una lectura indispensable acerca de los orígenes de la bomba). Los presentes en la creación temían a lo que había ocurrido: la proliferación constante de los medios para provocar el Juicio Final.

No estoy siendo hiperbólico o grandilocuente. El drama que se desarrolla ahora con Irán es sólo un capítulo de una larga historia. Esa historia —del creciente número de miembros del club nuclear— es posiblemente la cuestión de seguridad más importante de nuestro tiempo. Nada se le asemeja realmente. Si usted duda, piense cómo lucirá la importante proliferación al día siguiente de un conflicto nuclear de cualquier escala en el que participen terroristas o naciones.

Mi colega Fareed Zakaria afirma que la disuasión ha funcionado desde 1945, y tiene razón. Pero yo tengo una visión más trágica. El éxito de la disuasión depende de la racionalidad, y un mayor número de personas con acceso a las armas nucleares incrementa el riesgo de que la irracionalidad se incorpore en la ecuación. Lo cual es una manera educada de decir que las fuerzas humanas —el orgullo, la ambición, el fanatismo— siempre superarán a los cálculos geopolíticos más elegantes.
Entonces, ¿qué hacer? El embajador israelí en EE. UU. Michael Oren dijo a la periodista de Newsweek Lally Weymouth que “todas las opciones” estaban sobre la mesa, pero ninguna es buena. En las películas que se exhiben en las mentes de los políticos, todo el mundo quiere ser Churchill. Nadie sueña con ser recordado como un Chamberlain, el primer ministro que malinterpretó a Hitler y que finalmente cedió el paso a Churchill en mayo de 1940. Pocos políticos estadounidenses del período de la posguerra se identificaban tanto con el pensamiento de Churchill y pensaban tanto como él, como John F. Kennedy, el presidente cuyo padre había estado en el lado equivocado de la historia. Obsesionado con la fuerza, Kennedy parecía destinado a seguir el consejo intransigente del Ejército de atacar Cuba en octubre de 1962. El fantasma de su padre conciliador, el temor a ser visto como poco varonil, el orgullo y la pasión despertados por el acto provocador de los soviéticos, todos estos factores humanos podrían haber justificado la acción y no las conversaciones, la fuerza y no el acuerdo. Pero como sabemos (y lo sabemos porque estamos aquí, vivos para saberlo, lo cual no ocurriría con muchos de nosotros si se hubieran utilizado armas nucleares), Kennedy contuvo a los halcones, y el mundo libre fue más seguro.

A muchos líderes del nivel del presidente Obama les encantaría tener la oportunidad de ser Churchill y ordenar un dramático ataque que detuviera el programa iraní y enviara un mensaje de resolución. Pero ni siquiera el más belicoso de los políticos estadounidenses cree que tal acción militar funcionaría con un costo aceptable. En una conversación reciente con el ex candidato republicano a la presidencia John McCain, le pregunté si tendríamos que vivir con un Irán nuclear. Sin titubeos, McCain respondió: “Muy probablemente”. Entonces, después de una pausa, añadió: “Pero si llegamos a vivir con un Irán nuclear, entonces es mejor que nos preparemos para vivir con un Oriente Medio nuclear. ¿Cuánto tiempo cree que los saudíes o los egipcios permanecerán al margen si saben que Irán tiene la bomba?”.

Dado el interés de China y Rusia de comerciar con Irán, las sanciones, por sí mismas, tienen pocas probabilidades de ser decisivas, lo que nos deja con el enfoque que Obama parece tomar: desarrollar el mejor régimen de sanciones posible y usar la diplomacia para instar a Irán a no fabricar una bomba verdadera. Al final, la mejor esperanza de paz no tiene que ver con los estadounidenses sino con los iraníes. “Necesitamos el mismo apoyo que dimos a las fuerzas democráticas en el antiguo bloque soviético”, dice McCain. “Más allá del régimen, los iraníes son muy sofisticados, muy cultos y no creo que la gran mayoría de los iraníes deseen vivir bajo este sistema totalitario”. Un punto interesante, porque si la proliferación nuclear es, como pensaba Oppenheimer, un elemento inevitable del mundo de posguerra, también lo es la expansión de la libertad.
Fuente: Newsweek

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.