domingo, 27 de junio de 2010

Los difamadores judíos de Israel

Los motivos de los difamadores judíos de Israel



Por Kenneth Levin 21 de octubre de 2007

Enfocarse en los judíos que atacan la legitimidad del sionismo o el derecho de Israel a existir como un Estado judío, o en los que comparan a Israel con el más execrable de los estados, incluyendo la Alemania nazi, es pensar en el extremo de un rango de difamación que aparece en muchas otras formas también.
Por ejemplo, Amos Elon , quizás el ensayista político más prominente de Israel y no uno que haya llamado a la disolución de Israel o clamado que su creación haya sido ilegítima, ha realizado sin embargo falsas acusaciones repetidamente contra el Estado (nota del traductor: Elon recientemente ha fallecido). Para citar una instancia, en un artículo sobre una visita a Amman en 1994, Elon escribió que en décadas recientes Jordania sobresale en todas las áreas, incluyendo en educación y salud pública, mientras que la Cisjordania y Gaza se han retrasado bajo el control israelí.
Sin embargo lo opuesto es cierto. Según las Naciones Unidas y otras fuentes, la población de los territorios - la Cisjordania y Gaza - tiene un nivel muy superior en lo que respecta a educación y salud pública en comparación a los jordanos. La alfabetización adulta ha progresado más en los territorios que en Jordania, y los índices básicos de salud pública, mortandad infantil y expectativa de vida han mejorado extraordinariamente en la Cisjordania y Gaza en comparación con Jordania. El asunto no es si Elon está siendo crítico de las políticas de Israel en los territorios: el tema es que Elon está difamando a Israel al declarar que ha socavado de manera inescrupulosa la salud pública y educación palestina.
La ‘motivación’ para difamar la comunidad con la que uno tiene conexiones nacionales, étnicas, religiosas u otras no es difícil de imaginar cuando esa comunidad está bajo un ataque crónico. Estar sitiado es una condición psicológica no placentera y bajo cuyas circunstancias, casi invariablemente, parte de la población sitiada va a adoptar las perspectivas de los atacantes, aunque éstas sean intolerantes y absurdas, con la esperanza de, de esta forma, escapar a su predicamento.
Aquellos que hacen esto pueden querer reformar su comunidad en una forma consistente con las acusaciones de odio, nutriendo el deseo de que la comunidad entonces apacigüe a los sitiadores y termine la enemistad. O pueden querer separar lo que ellos identifican como su propia parte de la comunidad del resto, quizás de aquellos en otros ámbitos sociales, políticos o religiosos; pueden escoger construir otros segmentos que se ajusten a las acusaciones de los sitiadores y busquen eximir a su propia rama de la comunidad de un asalto. O quizás simplemente abandonen aquello que han llegado a ver como una identidad manchada. Finalmente, pueden también buscar unirse a los atacantes como una forma de separarse más rotundamente de su estatus como blanco de sus ataques.
Todas estas acciones han sido tomadas por algunos judíos bajo las restricciones típicas del predicamento judío a lo largo de milenios de Diáspora, y también han sido tomadas por judíos en respuesta al sitio crónico árabe de Israel.
Por ejemplo, en la Diáspora de la modernidad temprana, en los últimos doscientos años, cada reclamo en contra de extender los derechos civiles a los judíos en Europa ha tenido sus partidarios judíos. Cuando se dijo que los judíos se ocupaban mayormente en el comercio y que esto era en sí mismo degenerado y demostraba su incapacidad para la igualdad cívica, hubo muchas voces judías que estuvieron de acuerdo y dijeron que los judíos tenían que dejar sus ocupaciones presentes y volverse granjeros para volverse apropiados y aceptados por sus vecinos.
Y cuando algunos en la sociedad argumentaron que el yiddish era una lengua que había degenerado y que ésta era una nueva evidencia de que los judíos eran candidatos inapropiados para la igualdad, algunos judíos insistieron en que sus correligionarios debían abandonar el yiddish –no simplemente porque adoptar la lengua normativa de la sociedad que los rodeaba sería una decisión pragmática, sino porque, acordaron que la lengua yiddish es intrínsicamente degenerada e inferior y hacía a los judíos inadecuados para ser aceptados como iguales.
En cuanto a segmentos de la comunidad culpando a otros segmentos por el acoso de los judíos, estuvieron, por ejemplo, en el siglo XIX y más allá, los judíos alemanes culpando a los judíos de Europa del este por antisemitismo, y los judíos seculares o reformistas culpando a los religiosos tradicionales, y los judíos socialistas culpando a los judíos de clase media, la burguesía judía.
Y por supuesto, estaban aquellos que simplemente abandonaron la comunidad para escapar la ‘contaminación’ de ser judíos. Finalmente estaban aquellos que escogieron unirse a los atacantes de judíos para separarse más aún de la ‘contaminación’. Estos personajes se unieron a los atacantes a lo largo del espectro político. El converso Friedrich Stahl (1802-1861) se convirtió en profesor de derecho eclesiástico en la Universidad de Berlín y fue líder del anti-judío Partido Conservador Cristiano; y en la izquierda, por supuesto, Karl Marx y sus desvaríos anti-judíos, junto a muchos otros.
Este mismo modelo se puede ver en la respuesta judía al sitio árabe de Israel. Algunos han adoptado las críticas hacia Israel de sus enemigos, aún cuando intolerantes o absurdas, y han tratado de reformar a Israel para considerar estas acusaciones, con la esperanza de que de esta forma calmarían a los enemigos del Estado. Esto puede darse desde la insistencia –a pesar de que toda la evidencia indique lo contrario- de que la presencia de Israel en los territorios es la causa de la animosidad árabe y que la retirada a los límites anteriores a 1967 traerán la paz; hasta el argumento de que la propia existencia de Israel es ilegítima y que la paz solamente puede llegar con la anti-sionización, el anti-judaísmo o la disolución del Estado.
También están aquellos que sostienen que el origen de los problemas está en alguna otra parte de la comunidad e insisten que ellos no deben ser vistos compartiendo esa ‘contaminación’. En Israel, vemos esto en la afirmación de muchos en la izquierda de que los de la derecha crean obstáculos para la paz porque han impedido que el Estado hiciera las concesiones territoriales y otras que supuestamente podrían terminar el sitio. En la Diáspora, vemos esta división de manera más contundente en aquellos que sostienen que el camino judío correcto es el de enfocarse en asuntos humanitarios internacionales, y que “su” judaísmo nada tiene que ver con preocupaciones nacionalistas ‘estrechas’. Así éstos y otros que piensan como ellos pueden estar exentos de la ‘contaminación’ que se adosa a Israel por sus supuestos “crímenes” .
También están las personas que han respondido al sitio separándose de Israel y quizás de todas las cosas judías.
Y finalmente están aquellos que se unen a los que sitian. Entre ellos están tanto judíos que son activos en asuntos de la comunidad judía como aquellos que no lo están, cuya única afiliación con asuntos judíos tiene que ver con sus ataques a Israel.
Hay un gran rango de difamadores de Israel. Aquellos que en respuesta al sitio, niegan la legitimidad del Estado, son sólo los más extremos.
En Israel, las elites relacionadas a la cultura y la academia han sido particularmente prolíficas en difamar al Estado, incluyendo ataques a su legitimidad. Dentro de la academia israelí, atacar la legitimidad israelí se ha convertido virtualmente en un paradigma de cooperación interdisciplinaria, atrayendo a gente de una miríada de disciplinas.
El asalto académico del Estado tiene un pedigrí que se remonta al Yishuv, la comunidad judía en el Mandato Británico, y a la Diáspora: entre los argumentos sostenidos en la Europa central para no otorgar derechos civiles a los judíos era la consideración de que los judíos eran una nación extranjera, separada. Reaccionando a esta idea muchos judíos buscaron demostrar que eran exclusivamente una comunidad religiosa, no una nación. Los movimientos de alemanes judíos reformistas a principios del siglo XIX inclusive buscaron cambiar la liturgia para borrar referencias de pertenencia a la tierra de Israel y Jerusalén para eliminar cualquier sugerencia de identidad y aspiraciones judías nacionales que no fueran puramente religiosas.
Algunos pertenecientes a la comunidad judío-alemana del Yishuv adoptaron estas ideas y definieron al proyecto sionista como la construcción de una centro cultural judío, no un Estado, en Eretz Israel. Con esta mentalidad, respondieron a los ataques árabes durante el Mandato de manera similar a la forma en que tantos habían reaccionado a las acusaciones anti-judías en Europa: argumentaron más enfáticamente en contra de la construcción de una nación, justificando la agresión árabe como una respuesta razonable al liderazgo del Yishuv que quería ‘erróneamente’ construir un Estado; y maliciosamente criticaron a Ben-Gurion y a todos los que junto a él deseaban un Estado.
Por supuesto este grupo no reconoció que estaban tratando de aplacar a los atacantes de judíos sino simplemente disfrazaron su postura en una razón moral de peso mayor. Este grupo insistió –como sus acólitos en el presente- que el judaísmo ha evolucionado más allá de preocupaciones nacionalistas ‘estrechas’ enfocándose en su mensaje y misión universal como una fuerza moral en el mundo, y que el construir una nación representaba una dirección regresiva, atávica y vergonzosa de los judíos.
La figura más prominente en este campo fue el famoso filósofo alemán judío Martin Buber. Aún cuando los judíos estaban desesperados por salir de Europa en los últimos años de la década del ’30, Buber y su círculo de la Universidad Hebrea (Buber había llegado al Yishuv en 1938) se opusieron a liberalizar la inmigración judía porque serviría la causa de la construcción de un Estado, apoyando los límites británicos a la inmigración, incluyendo aquellos del notorio Libro Blanco de Chamberlain de 1939 e insistieron que no hubiera ninguna inmigración adicional sin el consentimiento árabe.
En un artículo en Ha’aretz en Noviembre de 1939, dos meses después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Buber sostuvo no solamente que el objetivo sionista de crear un Estado era inmoral sino que el sionismo era “realizar acciones de Hitler en la tierra de Israel, porque ellos [los sionistas] quieren servir al dios de Hitler [el nacionalismo] después de que éste reciba un nombre judío.”
Entre otros académicos israelíes recientes, Moshe Zimmermann, historiador en la Universidad Hebrea ha sostenido que no hay tal cosa como ‘gente judía’ o ‘nación judía’ con una historia particular sino comunidades separadas que tienen más en común con aquellas grandes sociedades en las que residían y que entonces, la premisa del sionismo, como representante de las aspiraciones del pueblo judío y como una solución a las dificultades que los han determinado y devastado en tanto nación judía, se basa en una mentira.
Por supuesto los argumentos de Zimmermann son débiles y permiten una miríada de refutaciones. La idea de que las comunidades judías compartían mucho con el resto de sus sociedades locales es difícilmente una negación en cuanto a que compartían valores y aspiraciones entre ellos mismos también y tampoco niega verdades históricas de vulnerabilidad compartida y victimización. En cualquier caso, la identificación con Sión y la inmigración a Israel no fue algo impuesto a los judíos de la Diáspora por sionistas creadores de mitos sino algo elegido por los judíos, muchas veces bajo presión de torturadores externos pero aún así algo elegido. Son aquellos que privan a los judíos de esa elección los que más apropiadamente pueden ser vistos como los ideólogos culpables.
Más aún, virtualmente todos los Estado-Nación modernos, por ejemplo Gran Bretaña y Francia así como Israel, fueron creados por una amalgama de poblaciones diversas de muchas maneras importantes y típicamente la coerción fue una parte relevante de estas mezclas, mas no así en la historia de Israel. Sostener que las ramas culturales dispares de la población judía israelí de alguna forma ilegitimiza la empresa sionista y al Estado mismo es demostrar un prejuicio anti-judío estrecho. De hecho la predisposición tendenciosa anti-judía de Zimmermann es de un tipo particularmente crudo, como cuando compara a la educación pública israelí sobre la historia israelí y el sionismo no a la educación sobre la historia nacional y la cultura nacional de Gran Bretaña o Francia o los Estados Unidos, pero a la educación de la juventud nazi de Hitler.
El trabajo de Zimmermann explícitamente conecta el revisionismo histórico con la promoción de un interés post-sionista. Según Zimmermann dado que no hubo una nación judía o un pueblo para proveer una base para un movimiento legítimo de liberación nacional, el sionismo es falso y “passe” y debería ser descartado en el basurero de la historia.
Joseph Agassi, profesor de filosofía de la Universidad de Tel Aviv, ha escrito similarmente que Israel, habiéndose establecido sobre la base de una idea mal concebida de “nación fantasma” (es decir, el pueblo judío), es consecuentemente similar a la Unión Soviética y –como se podrán imaginar- a la Alemania nazi.
Los textos de otros académicos durante este tiempo se enfocan menos en los detalles de la supuesta ilegitimidad del sionismo y simplemente enfatizan la calidad pecaminosa del sionismo o, en el mejor de los casos, su calidad de obsoleto. Menahem Brinker, un profesor de literatura hebrea de la Universidad Hebrea declaró en un artículo de septiembre de 1995 del Jerusalem Post que el sionismo es un concepto “totalitario” que “ha sobrevivido su vida útil e irá desapareciendo con el tiempo.”
Otro esfuerzo en Israel por ilegitimizar a Israel y al concepto de Estado judío ha tenido que ver con ataques a la naturaleza judía de símbolos del Estado como la bandera y el himno nacional, Hatikvah; y, de manera destacada, ataques a la Ley del retorno.
Israel promulgó la Ley del retorno, en realidad dos leyes, casi en el mismo origen del Estado, dando a los judíos de todo el mundo el derecho de vivir en Israel (1950) y de recibir la ciudadanía (1952). Entre grupos anti-sionistas y post-sionistas las críticas han visto particularmente a la Ley del retorno como racista y anti-democrática, visión que fue promovida intensamente durante el inicio de la década del ’90.
Por ejemplo, un artículo de Ran Kislev en el diario Ha’aretz de julio de 1990 llamó a la Ley del retorno “semejante a las Leyes de Nurenberg.” Otro de Danny Rubinstein (julio, 1991) la declaró un tipo de discriminación que “fue la base para el régimen del apartheid en Sudáfrica.” Éste es el mismo Danny Rubinstein que insistió en una reciente conferencia anti-israelí de la Naciones Unidas llevada a cabo en el parlamento europeo en Bruselas, que Israel es un Estado de apartheid. El historiador Tom Segev (octubre, 1995) sostuvo que la Ley del retorno “contradice la esencia de la democracia.”
El novelista David Grossman (en Yediot Aharonot del 29 de septiembre, 1993) insistió que la Ley del retorno es un obstáculo para la “total igualdad” de los árabes-israelíes. Yuli Tamir, entonces en la facultad de filosofía de la Universidad de Tel Aviv y ex ministro de educación israelí sostuvo que la Ley del retorno constituye “una violación al derecho de las minorías nacionales a un tratamiento igualitario.”
Alvin Rosenfeld, en la reacción al estudio que escribió para el Comité Judío-Americano, ha sido acusado de atacar a los llamados “progresistas” y tratar de silenciar toda crítica a Israel. Pero, por supuesto, él está comentando no a aquellos que simplemente critican las políticas de Israel sino a aquellos que la difaman, más específicamente a aquellos que la difaman en la forma más extrema e intolerante. De hecho, hay gente que virtualmente forma parte de lo que se considera “progresista” y aún así puede compartir la perspectiva de Alvin.
Amnon Rubistein fue decano de la facultad de derecho de la Universidad de Tel Aviv, y miembro hace mucho del partido Meretz, que está a la izquierda del partido Laboral y fue durante un tiempo ministro de educación en la coalición de gobierno del partido Laboral y Meretz que supervisó los tres primeros años del proceso de Oslo. A pesar de ser crítico de varias políticas israelíes anteriores a Oslo, él ha condenado vehementemente a aquellos críticos que difaman al Estado, y no únicamente allí donde la difamación ha caído al nivel de ilegitimizar a Israel.
Por ejemplo, los Novo-historiadores son un grupo de historiadores israelíes que surgieron en los últimos años de la década de los ’80 ofreciendo una re-escritura mayormente falsa del pasado de Israel, sobre todo en lo concerniente a la guerra de la independencia pero también en relación a los años del Mandato y también a los años inmediatamente posteriores a la guerra de 1947-8. La característica común de los Novo-historiadores es la crítica a las políticas israelíes y el culpar a estas políticas de la responsabilidad por la animosidad de los palestinos y árabes en general. El sub-texto de la Nueva Historia, declarado explícitamente por sus autores, es que si sólo los israelíes reconocieran su culpabilidad e hicieran suficientes cambios, entonces el camino a la paz estaría abierto.
La actitud de los Novo-historiadores hacia el Estado varía ampliamente –desde Benny Morris, quien por toda su difamación distorsionada de los eventos en ese período temprano no ha ciertamente abogado por la disolución de Israel, a Ilan Pappe, que, en varias formas, ha abogado precisamente por ésta.
Simnon Rubinstein ha sido un duro crítico dentro de todo el espectro de los Novo-historiadores. Él ha sostenido que, contrario a las reivindicaciones del grupo de historiadores, los líderes del Yishuv hicieron toda clase de esfuerzos para alcanzar algún tipo de acuerdo con la población árabe durante los años del pre-Estado pero que solamente fueron recibidos con rechazo y violencia y que este patrón continuó luego de la conformación del Estado. Rubinstein también ha escrito sobre la traición británica a sus obligaciones formales con los judíos durante el Mandato, en ontraste con la tendencia de los Novo-historiadores a ignorar la malevolencia británica y blanquear sus pólizas.
Rubinstein es crítico también de los académicos post-sionistas, señalando que la deshonestidad intelectual es característica de sus argumentos. Él nota la predilección de muchos post-sionistas y Novo-historiadores de criticar el concepto de historia objetiva y hablar de narrativas competitivas. Pero, observa, ellos desestiman la narrativa judía y otorgan legitimidad sólo a la versión árabe de la verdad, mientras típicamente omiten información que pueda proyectar una luz negativa sobre los palestinos y otros árabes. Rubinstein se refiere también a la inclinación de estos académicos de juzgar a Israel por un estándar imposible que ningún país podría cumplir.
Comentando más generalmente sobre aquellos israelíes de izquierda, Rubinstein ha declarado que ellos han tenido dificultades para arreglárselas con la animosidad dirigida contra ellos por ser israelíes y judíos, confrontados no sólo por la intolerancia árabe sino también aquella de las Naciones Unidas, de Europa y otras partes del mundo. Él ha sugerido que esto los ha llevado a cerrar los ojos a los hechos del odio e intransigencia árabe y a adoptar como real las fantasías de un Medio Oriente benigno que no existe.
La dedicación de Rubinstein a asegurar igualdad de derechos a las minorías israelíes ha sido un objetivo inequívoco y central de su agenda política. Pero él ha observado, en relación a los ataques de los post-sionistas a la bandera y al Hatikvah, que las banderas y los himnos nacionales están típicamente enraizados en la tradición nacional y religiosa. Él ha sostenido que “esta conexión parece ser convencionalmente aceptada aún por los países más ilustrados-países en los que los judíos viven bajo banderas adornadas con cruces sin sentir que sus derechos están comprometidos.”
En relación a la Ley del retorno, él ha notado la obvia hipocresía de aquellos que la condenan como racista e injusta hacia la minoría árabe-israelí mientras al mismo tiempo quieren para Israel un modelo de democracia europea. Sin embargo muchos de estos países dan preferencia en la inmigración y ciudadanía a aquellos con conexiones étnicas al grupo mayoritario en sus estados y lo hacen sin que esos grupos hayan sufrido las historias horrorosas de exilios forzados y persecuciones que sufrieron los judíos y obviamente lo hacen sin pensar en estas políticas como leyes anti-democráticas. Estos estados incluyen a Dinamarca, Italia, Grecia e Irlanda.

Rubinstein escribió en algún momento refiriéndose a las políticas alemanas,
A pesar de la existencia de las Convenciones Europeas por los Derechos Humanos y la Corte Europea por los Derechos Humanos, Alemania nunca ha sido llamada a anular su propia ‘Ley del retorno’ bajo el argumento de que daña el principio universal de la igualdad…[Más aún] el derecho de un estado a diferenciar entre grupos de inmigrantes potenciales y ciudadanos fue expresamente reconocido por la Convención de las Naciones Unidas sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Racial, ratificada en 1965.
Además, la legitimidad de las políticas de estado en cuanto a la repatriación preferencial fueron confirmadas por el Concilio Europeo en el 2001.
Nuevamente, Rubinstein es crítico no sólo de la difamación en servicio de ilegitimar al sionismo y al Estado judío, sino también la difamación de aquellos que comparten con él sus visiones políticas, y que abogan por ciertas concesiones como una forma de acceder a la paz.
Él es crítico del amplio rango de difamadores porque reconoce que ya sea que se llama a Israel una entidad al estilo nazi, una entidad ilegítima, la mayor amenaza a la paz mundial o se hagan falsas afirmaciones contra el Estado para promover concesiones israelíes, toda forma de difamación no es simplemente un asalto a la honestidad intelectual y a la integridad pero también sirve la causa de aquellos que quieren ilegitimizar y destruir al Estado judío; toda difamación de Israel contribuye a ese fin malicioso y odioso.

Traducción del inglés de ReVista
Derechos Reservados del original y la traducción
Dr. Kenneth Levin enseña psiquiatría en la escuela de medicina de la Universidad de Harvard y es también graduado en historia de la Universidad de Princeton . Es autor de, entre otros libros The Oslo Syndrome: Delusions of a People under Siege ( Hanover , NH : Smith & Kraus, 2005).
Fuente: Material de Camera reproducido para su amplia difusion por Revista de Medio Oriente.

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