martes, 22 de junio de 2010

"Yo vivi lo mismo". Ana Frank en los ojos de la que fue su hermanastra‏


Podría ser el último capítulo del diario más famoso. Otto Frank o Pim, a secas como Ana lo inmortalizó, se sentó a leer el enorme manuscrito con el que su hija se escapaba del agobio y del encierro de la casa del fondo. Podría haber sido, por ejemplo, el pasaje del viernes 5 de mayo de 1944: “Querida Kitty: papá no está satisfecho. Esperaba que después de su charla conmigo, dejara de subir todas las noches al cuarto de Peter” . Tal vez fue otro, qué importa, tal vez pensó que había sido demasiado duro y exigente. Cualquiera haya sido, fue suficiente para quebrarle la voz y hacerlo llorar como a un niño, como al padre que perdió a sus dos hijas por culpa del nazismo.
La imagen no proviene de la ensoñación de Ana. Es el relato de Eva Schloss, austríaca, exiliada en Holanda, escondida durante dos años en una habitación más incómoda que la de los Frank, y judía, como Ana. Lo cuenta ahora, a sus 81, en diálogo con Clarín en el Centro Ana Frank Argentina, una de las tres reproducciones de la casa–escondite que hay en el mundo y que el sábado festejará su primer aniversario.
Eva y su vecina Ana jugaban todos los días después de la escuela. Tenían trece años, hasta que –como escribió Ana– tuvieron “la suerte de ser arrojadas bruscamente a la realidad”. Y, después, ni eso. Después oscuridad, las páginas de un diario. Hasta que la Gestapo entró a sus refugios. Ana y Eva no volvieron a verse, aunque coincidieron en Auschwitz. Ana iría luego a Bergen–Belsen y nunca más volvería, igual que su hermana mayor, Margot y su madre Edith. Tampoco volverían el padre y el hermano (ver recuadro) de Eva.
En 1953, ocho años después del llanto de Otto Frank frente a Eva, su madre –también sobreviviente de Auschwitz– se casó con él y Eva y Ana se convirtieron en hermanastras.
Sin embargo, Eva construyó una relación ambivalente con Ana. Al menos al principio. “Cuando leí por primera vez el diario dije: ‘¿y qué?’ Si yo viví lo mismo ”, reconoce sin corrección política ni lugares comunes. Con el tiempo, comprendió el impacto que tuvo el libro en el mundo. “Me di cuenta de que no es un libro sobre el Holocausto. Es la búsqueda profunda de sus sentimientos”, explica.
Ana, como Eva y todas las judías de los países ocupados por los nazis, llevaba en su documento el nombre de Sara al lado del propio. Pero no eran iguales. “Ni a los 14, ni a los 20 se me hubiera ocurrido pensar en trabajar para la humanidad y Ana ya tenía un deseo por mejorar el mundo ”, reconoce. Sin embargo admite que luego de conocer a Otto supo que mucha de la humanidad de Ana provenía de su padre. “Deben haber hablado mucho de la humanidad durante el encierro y eso –en parte– está en El diario ”, señala. Cada vez que pronuncia el nombre de Otto, Eva sonríe. Fue él quien le sugiró que se hiciera fotógrafa, el que la quiso como un padre. “Era abierto, directo, honesto, muy alemán: una persona excepcional”, resume. Dice que fueron felices, como podría haber sido Ana, que profética escribió: “Quien es feliz hace feliz a los demás”. Su padre pudo.
Fuente: Diario Clarin
Foto:

EN BUENOS AIRES. SCHLOSS EN EL CENTRO ANA FRANK ARGENTINA, UNA DE LAS TRES REPLICAS DE LA CASA-ESCONDITE.

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